Ovidio pensaba que sus libros se decían cosas, se hacían el amor unos a otros, se intercambiaban las palabras y las historias. El componente material, el cuerpo del libro, formaba una parte fundamental de esa erótica y es fácil imaginarse esa habitación polvorienta y desierta, llena de libros y papeles (de formatos distintos a los de la Galaxia Gutemberg, claro). La sensualidad y el placer de la lectura se entienden muy bien con el papel: abrir el libro, olerlo...por supuesto, pero es innegable que si Ovidio hubiera tenido un Ipad o un Kindle no habría tenido noches tan solitarias alejado de sus amigos.
¿Qué se gana, qué se pierde? Podemos seguir pensando que aunque el soporte sea inmaterial, aunque los libros estén en la nube o en la memoria RAM, siguen diciéndonos cosas con el cuerpo. Pienso que sí, pienso, retomando una frase de Pierre Klossowski, que las palabras sangran sea cual sea el soporte.
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